- De entre todo lo que ha cambiado —y cambiará— la pandemia del coronavirus en nuestra sociedad, una es la forma en que se hace y, por supuesto, se comunica la política.
En tiempos de coronavirus, la relación de los ciudadanos con las nuevas tecnologías ha empezado a estrecharse: el tiempo que tenemos disponible al estar confinados en casa está provocando que utilicemos nuestros móviles, ordenadores y tablets a un ritmo incalculable.
El confinamiento ha causado que todos, incluyendo los políticos, hayan aumentado su presencia en redes sociales. Algunos quizá por aburrimiento, otros seguramente para contrarrestar la falta de apareciones en medios. Y aunque rápidamente empezaron a hacerse ruedas de prensa y entrevistas a través de Skype, Zoom, Jitsi y demás plataformas, las redes sociales han seguido siendo uno de los canales preferidos por los políticos para comunicar durante la pandemia.
Twitter, Instagram, Facebook, Youtube, Whatsapp, Telegram e incluso Tik Tok se han convertido en los verdaderos protagonistas de esta crisis sanitaria. Su uso se ha intensificado indiscutiblemente: lo vemos en todos los partidos que conforman el arco político en el Congreso, en el gobierno central, en la oposición, y también a menor escala, a nivel municipal. Y no me refiero solo a las ruedas de prensa emitidas en directo en redes sociales, con preguntas recibidas a través de Whatsapp. Va mucho más allá: intentar colar un titular a través de un tuit, compartir fotos de cómo viven el confinamiento en casa a través de Instagram, o charlas online emitidas en directo a través de Facebook Live, Canales de Youtube, etc… se han convertido en el día a día de muchos representantes políticos, como forma de transmitir sus mensajes.
Este incremento de atención a las redes sociales es, también, caldo de cultivo para las voces extremistas, que intensifican aún si más si cabe la utilización de las mismas. Partidos como Vox, cuyo crecimiento el último año y medio se debe en gran parte a su destreza y profesionalización en el uso de las rrss, eran ya grandes expertos en este tipo de comunicación. Esta situación, lejos de afectarles negativamente, les beneficia por encima de otros con una tendencia más tradicional a nivel comunicativo: partidos que no habían prestado hasta ahora tanta atención a las redes sociales, y cuya gestión de la comunicación a través las mismas está, además, menos profesionalizada.
En momentos llenos de incertidumbre como estos, Internet es la tabla de salvación para muchas personas. Y este contexto aumenta exponencialmente la propagación de bulos. Quizá uno de los ejemplos más representativos sea la imagen de la Gran Vía madrileña repleta de ataúdes, publicada por Vox en su cuenta de Twitter. Pese a que se trataba de una foto trucada, la formación verde se negó a eliminarla asegurando que ellos la habían publicado tal y como la habían recibido. Difícil demostrar lo contrario. Esta es a la vez la grandeza y la mayor debilidad de las redes sociales.

Pero acostumbrarse tanto a las redes sociales tiene consecuencias. Los 280 caracteres se han convertido en la medida estándar, y la calidad de las comunicaciones y la transmisión de los mensajes está, por supuesto, en decadencia. Como sociedad hemos perdido la capacidad de leer nada que tenga más de tres párrafos, o hacer una mínima comprobación de veracidad antes de reenviar un mensaje recibido a través de Whatsapp. Escogemos voluntariamente informarnos a través de Twitter porque recibir la información de primera mano nos da una falsa sensación de veracidad. Y porque hacerlo a través los periódicos requiere mayor esfuerzo, más tiempo y menos inmediatez.
Antes se trataba de condensar un mensaje potente en una imagen potente. Ahora, en 280 caracteres.